Hace un par de días escribía el recap de 2025 de KrakenD, en un ejercicio de mirar atrás y ordenar lo que nos ha pasado en el último año. Ese ejercicio me ha llevado inevitablemente a pensar en mi historia personal con el proyecto. En cómo empecé. En por qué estoy aquí. En lo que ha significado este año más allá de los números y los hitos.
Albert, KrakenD, y lo que se veía desde fuera
Conozco a Albert Lombarte desde 2005, cuando coincidimos en Softonic. Casi veinte años. Hemos hecho cosas juntos que salieron bien (Splitweet, que vendimos a Hootsuite) y cosas que no salieron como queríamos (Obolog, la espinita que nunca pudimos sacarnos). Hemos ido cada uno por su lado durante años, y mantenido conversaciones recurrentes que nunca acaban de cerrarse: “algún día tendríamos que volver a hacer algo juntos”.

Albert & Albert. Estilazo.
Admiro a Albert en lo profesional. Su capacidad de trabajo, sus ideas, su criterio técnico. Pero sobre todo admiro su personalidad arrolladora y esa honestidad brutal tan suya. Sin filtros. Con el tiempo he aprendido a valorar eso más de lo que cree.
Conocía KrakenD desde sus inicios, en 2016. Desde fuera se veía claro que ahí había algo serio a nivel técnico. Pero de nuestras conversaciones se desprendían más cosas: la calidad del producto y la adopción por parte de la comunidad open source no iban de la mano de los resultados de negocio. Durante años probaron opciones distintas, pero no terminaba de arrancar.
La realidad es que a Albert no le iba mal con su consultora, así que tampoco es que necesitaran que KrakenD funcionara a nivel business. Pero intuir el potencial del producto y no ver resultados… era frustrante. A mí me frustraba solo escucharlo. Imagino lo que era vivirlo.
De Uvinum a KrakenD
En mayo de 2020 salí de Uvinum, un par de años después de la venta a Pernod Ricard. La idea desde el principio era montar algo con Albert. Quería darme esa oportunidad (y, de paso, quitarnos la espinita que decía).
Teníamos en mente un asistente virtual conversacional para recursos humanos. Suena lejano ahora, pero en aquel momento los chatbots estaban en un momento interesante y nosotros queríamos explorar ese territorio. Nos pusimos a fondo: entrevistas con potenciales clientes, gente del sector, hipótesis de validación. Y mientras tanto, montamos CryptoAdvisor.Club como playground para aprender todo lo necesario sobre interfaces conversacionales, NLP, infraestructura de bots. Un proyecto real donde probar cosas antes de meternos en faena con la idea principal.
En nuestras jornadas de trabajo, KrakenD salía recurrentemente. Al principio eran updates, cosas que estaban probando, decisiones que habían tomado. Yo escuchaba, compartía perspectiva, cosas que yo probaría. Compartíamos la frustración de ver ese potencial sin resultados claros.
Pero poco a poco, a medida que iba conociendo más detalles del producto, la conversación fue cambiando. Ya no eran charlas casuales. Eran conversaciones más serias. Del tipo: ¿tiene sentido seguir con nuestra idea inicial si aquí hay algo que quizá tiene más recorrido?
No hubo un momento épico o “revelación”. En algún punto entre finales de 2020 y principios de 2021, empezamos a ver que dedicar nuestro tiempo y energía a convertir KrakenD en un negocio podía dar mejores resultados que seguir con el asistente de RRHH. Lo pusimos en común con los Danis, y la cosa empezó a tomar forma.
En marzo de 2021 me uní oficialmente. KrakenD llevaba cinco años de vida.
Construir juntos
Unirse a algo que ya existe es más delicado de lo que parece. Requiere generosidad por parte de los que ya están: ceder equity, ceder espacio, aceptar que alguien nuevo cuestione cosas que llevan años dándose por hechas. Albert, Dani López y Dani Ortiz lo hicieron. Sobre la marcha. Nos fuimos conociendo mientras trabajábamos juntos. No sabíamos si encajaríamos. Éramos cuatro perfiles técnicos, solapados y sobre el papel poco complementarios, bootstrapped, desde Barcelona, compitiendo contra productos con equipos de cientos de personas en Silicon Valley y cientos de $M de inversión. Sobre el papel, no cumplíamos casi ninguna de las recomendaciones habituales. Pero oye, funcionó.
Este agosto vendimos KrakenD a Shop Circle. Cinco años después de aquellas conversaciones, en alguna de las cuales se llegó a plantear si tenía sentido seguir.
Aquí es donde normalmente toca el discurso motivacional. Que si creer en uno mismo. Que si la perseverancia siempre tiene recompensa. Pues no. O no del todo. La suerte ha tenido un papel importante, como casi siempre. Si KrakenD hubiera cerrado en 2020, la suerte no habría tenido dónde caer. Si el producto no se hubiera mantenido vivo durante años sin resultados claros, no habría habido nada que vender.
La suerte no sustituye al trabajo, pero necesita que estés ahí cuando llega.
Las veces que quedan
Y eso ha sido en lo profesional. Pero si hago balance del año, KrakenD ha sido importante, pero no lo único. Y me ha hecho darle vueltas a algunas cosas. Ya me pasó con Uvinum: consigues lo que llevabas años persiguiendo, y al día siguiente la vida sigue exactamente igual. Uno esperaría que llegar ahí cambiara algo. No sé el qué. Una sensación de que ya está, de haber completado algo. Pero no funciona así.
Seguramente yo sea parte del problema. Tengo una tendencia a la obsesión, a dejar que lo que hago ocupe todo el hueco disponible. He de decir que llevo años trabajándolo y he mejorado mucho respecto a hace seis o siete años, cuando estaba metido en Uvinum hasta las cejas y me pegaba jornadas interminables (hasta el punto de prácticamente perderme los primeros dos años de mi hija pequeña Abril). Pero, curiosamente, lo que entonces me habría parecido un logro, hoy me sabe a poco. Uno se acostumbra a todo, imagino.
A todo esto, el tiempo pasa y la edad sigue haciendo su trabajo. Mi madre murió hace ocho años. Mi abuela, la última que me quedaba, el año pasado. Uno va tomando conciencia de que vamos “cruzando el Ecuador” de nuestra vida (¡si todo va bien!). Julia ahora tiene trece años, Abril diez. Cada año que pasa es un año menos de tenerlas así. Abril aún viene por las mañanas, los fines de semana, a despertarnos a la cama (Júlia ya no). A veces nos quejamos, sabiendo que lo echaremos de menos cuando ya no lo haga. Las dos nos piden aún que vayamos a sus camas a darles las buenas noches.
Hace unas semanas escuché a Jaime Rodríguez de Santiago de Kaizen sobre un ejercicio que tengo pendiente: dibujar una cuadrícula donde cada cuadro es una semana y cada fila un año. Noventa filas de cincuenta y dos cuadros. El ejercicio consiste en colorear lo que uno ya ha vivido. Marcar los años en casa de mis padres, cuándo conocí a Silvia, cuándo nos fuimos a vivir juntos, cuándo nacieron las niñas. Luego marcar cuándo murió mi madre, mis abuelos. Y las casillas que corresponderían a la edad que tenían ellos cuando murieron. Y mirar dónde estoy yo ahora.
Es un ejercicio que me ha hecho pensar en “las veces que quedan”. Cuántos Fines de Año más con los amigos, cuántos viajes en familia, cuántas noches más pidiéndonos que vayamos a sus camas a darles un beso.
Y en qué hago yo con eso. Hace poco, en una cena con amigos, discutíamos sobre esto: si el tiempo libre hay que planificarlo o dejarlo fluir. Si ser deliberado con las relaciones que quieres mantener es sano o es convertir la vida en otro trabajo. No tengo una respuesta clara. Pero sí sé que si no haces nada, las amistades se diluyen solas. No hace falta enfadarse ni alejarse. La vida lo hace por ti.
Con este grupo la amistad viene de hace años, del trabajo. Pero hace cosa de cuatro años cambiamos algo: además de lo típico de buscar huecos para vernos, quedar para cenar o tomar algo, convertimos en tradición hacer una escapada juntos cada año. Y le dimos una vuelta de tuerca más: acordamos ahorrar una cantidad mensual en Bitcoin para, cada post-halving, pegarnos un viajazo con lo acumulado (y de paso, aprender sobre wallets multi-firma y otras yerbas). Este año tocó Sicilia. El viaje estuvo bien, pero lo importante no era el viaje. Era todo lo demás: las conversaciones mensuales, elegir destino, descartar opciones, planificar a corto y a largo plazo. Eso es lo que ha reforzado los lazos.
No tengo una respuesta clara sobre si planificar o dejar fluir. Pero sí sé que si yo dejo fluir, mi tendencia natural a la obsesión con el trabajo hace lo suyo. Así que para mí la respuesta es planificar: poner en el calendario las cenas, los viajes, las veces que quedan. Quizá no sea lo ideal, pero a mí me funciona.
Releyendo esto me doy cuenta de que el post ha ido cambiando solo. No sé si conecta todo para quien lo esté leyendo, pero al menos en mi cabeza, tiene sentido.
Y hasta aquí. Voy a prepararme con las niñas para la cena de Fin de Año con los amigos, a dar la bienvenida al nuevo año. Que las casillas vacías no se rellenan solas.
¡Feliz 2026!