El tiempo pasa y las heridas cicatrizan lentamente. Poco a poco los recuerdos se vuelven menos dolorosos o quizás nos acostumbramos a soportarlo. Sea como sea, vuelvo a poder hacer cosas de las que me veía incapaz. Escuchar el suave sonido de un piano solitario es una de ellas. Cerrar los ojos y disfrutar de cada pulsación, de cada nota, tumbado en la cama... y dejar la mente en blanco, fluir entre la melodía mientras paseo entre las oscuras columnas del Refugio... y sentir que ese paseo podría durar toda la eternidad. Eso es algo que Luis y Cristina consiguieron. Permíteme que te los presente...
Detrás de la Colina (l.A.) | Parada Remolino (C.E.) |